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El ius migrandi y su asimetría / Fernando Rovetta Klyver

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El ius migrandi y su asimetría


La migración es un hecho tan antiguo como la especie humana. Es más, desde una perspectiva etológica, es un hecho aún más antiguo que la humanidad, porque ya los peces como los primeros seres vivos y hasta las aves, sabían cambiar de hábitat en función de sus necesidades de supervivencia. Aunque para el ser humano aquélla migración acuática fuera invisible y sólo percibiera la aérea o la terrestre. Otra migración no visible, pero no por ello menos real y propicia para la vida, es el incesante flujo sanguíneo al interior de todos los seres que pueden migrar o de los nutrientes en la sabia de los árboles que no pueden hacerlo. Continuando con las analogías el flujo del aire que nutre de oxígeno a todos los animales y sale convertido en anhídrido carbónico que a su vez nutre a las plantas que lo purifican devolviéndolo como oxígeno. Lo que tienen en común todos estos modos de migración física, química o biológica es que resultan útiles y necesarias para el equilibrio del ecosistema y la biosfera. Lo que pretendemos en este trabajo es plantearnos por qué si desde siempre migrar es algo bueno para los individuos y las especies, últimamente se ha convertido en algo que puede resultar letal, y si hay alguna manera de reconocer plenamente el derecho a migrar o ius migrandi.
Lo cierto es que estos movimientos migratorios no sólo benefician a los animales que migran sino también a los ecosistemas desde donde parten y hacia los que se dirigen. Miguel Delibes de Castro (2005, 21) observa que “si una determinada especie de plantas adelanta su ciclo porque responde a la temperatura, por ejemplo, y los insectos que la polenizan no lo hacen, porque responden al número de horas de luz, se producirá un desacoplamiento entre ellos, y flores e insectos no coincidirán en el tiempo, lo que es problemático para ambos.” Y caben fundadas sospechas que el calentamiento global está seriamente influido por el modo de producción neoliberal, llegando a alterar hechos proverbiales: “Habrás notado lo antiguo que se ha quedado aquello de por San Blás, la cigüeña verás´, pues actualmente en muchos lugares se ven cigüeñas durante todo el invierno”. (ib.22-3)
El problema de interrumpir o interferir en estos flujos migratorios provocado por el cambio climático lamentablemente tiene sello humano, son las decisiones de especuladores financieros –ya sea que decidan grupal, individualmente, o a través de lobbies- apoltronados en su sedentaria sed de lucro a cualquier precio están destruyendo las condiciones de posibilidad de existencia no sólo a inmensas mayorías de otros seres humanos que con su trabajo van modificando la naturaleza para sufragar sus necesidades, sino también a otros seres vivientes que dejan de migrar o que, como los osos polares, se ven obligados a hacerlo buscando modos de supervivencia aun cuando esto pueda traducirse en un mortal naufragio.

I. Perfiles de la migración
Una vez visto que la migración es una estrategia de los seres vivios para sobrevivir como individuos y perpetuar la especie, cabe analizar ahora algunos caracteres de la migración para indagar cómo este fenómeno devino en una experiencia muchas veces mortal. Analicemos entonces de la migración humana: su extensión, su temporalidad, su casi-involuntariedad y el influjo de lo simbólico y lo imaginario entre los motivos que la provocan. Dejando para más adelante su función benefactora por la experiencia de multiculturalidad entre el inmigrante y los ciudadanos del país de acogida, y la promoción al desarrollo del país de origen.
a) La extensión de la migración podemos entenderla en términos estadísticos, y así afirmar que 175 millones de seres humanos –el 2.9 % de la población mundial uno cada treinta y cinco según el Informe mundial sobre migraciones 2003 (OI para las Migraciones) – se ven o vieron compelidos a dejar los lugares de origen en busca de mejores condiciones de supervivencia (un lustro después y ante la crisis actual estaremos próximos a los 300 millones y superando el 5%). Pero también podemos entender la extensión como un criterio para distinguir entre migraciones internas e internacionales.
Como resultado de las revoluciones industriales, se produjo la urbanización o migración masiva de los habitantes del campo a las ciudades, al interior de todos los países; actualmente con la NTI, acaso tercera revolución industrial, se permite el reflujo de una parte de la población ya hacia zonas urbanizadas a las afueras de las ciudades –muchas con modos de acceso similar a los castillos medievales- ya hacia casas o pueblos de turismo rural. Mas cuando se habla de migración, sin más calificativos, nos referimos exclusivamente a fenómenos internacionales, entre los que podríamos claramente distinguir las protagonizadas por pueblos Sur-Sur, generadas sobre todo por conflictos bélicos, desastres naturales o hambrunas, de las protagonizadas por individuos o familias Sur-Norte provocadas por cuestiones económicas. Al interior de éstas habrá que distinguir las que se producen entre pueblos de una misma lengua, como la de los habitantes de las antiguas colonias hacia las antiguas metrópolis, de las que se producen entre pueblos de diferente lengua. A esta importante diferencia cultural habría que añadir la diferencia de religiones tomando la precaución de no incurrir en el maniqueísmo de Huntington en El choque de civilizaciones (2001?) o del más absurdo ¿Quiénes somos? (2004).
b) El carácter temporal de la migración permite distinguir en función de la duración entre un modo de migrar periódico, en función de ciclos de producción, los llamados temporeros o migración golondrina, y otro el de quienes pretenden establecerse en un lugar diferente a aquél del que son originarios definitivamente, ya porque generen lazos familiares con los nativos ellos mismos o sus hijos, ya porque no se encuentren con fuerzas para regresar y comenzar de nuevo. Si las políticas migratorias tienden a favorecer el primer tipo de migración frente al segundo, los propios inmigrantes mayoritariamente prefieren éste por las dificultades de ingreso al país de acogida y la progresiva camaradería que se genera con los demás trabajadores golondrinas, incluso nativos. Esto mismo permitió la emergencia del sindicato de obreros inmigrantes (SOI) en la provincia de Jaen, que luego de tres lustros de recolectar aceitunas y no ver suficientemente reconocidos sus derechos, realizaron huelgas de hambre y tras ser reprimidos, convocaron a un boicot internacional al consumo de aceite de oliva de tal procedencia.
c) El carácter casi-involuntario de la migración fue motivo de un debate personal en Montevideo 2004, con la representante de ACNUR para América Latina y el Caribe. Está claro que en un extremo de los cambios de hábitat, forzados por la circunstancias políticas, se encuentran los demandantes de asilo y los refugiados, quiénes –cabe destacar- cada vez tienen más difícil ser reconocidos como tales. En el otro extremo, los turistas realizan viajes de placer en los que su voluntad se ve promovida y con frecuencia manipulada por agencias cuyo fin prioritario es el lucro. Entre ambos extremos, pero mucho más próximo al primero, casi identificándose con él, se encuentra la situación de la migración por razones económicas. Sobre la presunta voluntad del que se ve compelido a emigrar, ya Vitoria en el s.XVI (Com II II, 77, 4, T IV: 68), la ponía en duda planteando que en ciertos contratos “Si el amo le dice al criado: `si quieres esto, te quedas en mi casa, y si no vete donde quieras´; y todavía quiero suponer que hay una cláusula en el contrato en que dice el amo: `y no te daré nada más ni siquiera por vía de la restitución´ (...) no se da una decisión del todo voluntaria sino que existe una coacción, pues la necesidad le obliga.” Es decir, convierte un derecho en un deber.
Luego si el sistema de Naciones Unidas fue capaz de crear un Alto comisionado para los refugiados por razones políticas, convendría que se planteara la existencia de una institución de idéntico rango para los inmigrantes por razones económicas. Si resulta poco viable resolver desde esta institución internacional las demandas de los millones de inmigrantes de las más diversas regiones y culturas producidos por el modelo económico-financiero del neoliberalismo, acaso sea ya oportuno plantearse atacar la causa del problema y buscar una radical alternativa al capitalismo-financiero global, con sus paraísos fiscales, secretos de cuentas bancarias en Suiza y otras faltas de transparencia. Pero a la vez que se sostiene que los trabajadores migran por propia voluntad se carece de voluntad política para buscar soluciones radicales al problema.
d) Los componentes simbólicos e imaginarios de la migración permiten establecer otra distinción entre los colectivos migrantes. Si señalamos que refugiados y demandantes de asilo tienen motivos políticos para migrar, mientras que las amplias mayorías migran por cuestiones económicas, hay una minoría que migra por cuestiones religiosas. En algunos casos, porque su credo es combatido en el país de origen, en otros porque quieren propagarlo en el país de acogida. Entre estos últimos cabría todavía distinguir entre quienes representan una avanzada que tras los símbolos religiosos ocultan intereses políticos y económicos muchas veces inconfesables, de aquellos otros que con toda honestidad y en ocasiones heroísmo llegan a presentar sus credos en encomiables proyectos interculturales de liberación. De todos modos, estos equipos de misioneros o propagandistas suelen contar con un respaldo económico e institucional desde los países de procedencia –casos únicos de migración Norte-Sur- que les ubica al margen de las penurias habituales a la mayoría de los inmigrantes.
Pueden plantearse dudas sobre si el discurso misionero es simbólico o imaginario, mas resulta indubitable la presión sobre el imaginario colectivo que ofrecen los medios de comunicación, sobre las comunidades de las que proceden los flujos migratorios. Pierre Pauline Onana, oriundo de Camerún doctorado en ciencias de la educación y sociología, proponía distinguir entre motivos expelentes y atrayentes de la migración, lo que los ingleses llaman push & pull. Si lo que expulsa a una población de su lugar de residencia puede ser una catástrofe natural, el hambre, la guerra o una persecución política o religiosa, lo que atrae hacia otro lugar es lo contrario la estabilidad, la prosperidad, la paz y la tolerancia. Mas estos últimos valores suelen ser presentados a través de los medios masivos, particularmente la televisión, generalmente sobredimensionados. Las imágenes televisivas de paraísos terrenales en los que todas las necesidades están sufragadas y la convivencia armónica sólo es interrumpida por algún malhechor que inexorablemente permite que se luzca un héroe que resulta victorioso, poco tienen que ver con la realidad que encuentra el inmigrante al llegar.
En definitiva, admitiendo esta doble motivación de push and pull, nos encontramos con el siniestro mecanismo por el que el sistema neoliberal expulsa a los trabajadores de sus países de origen, los atrae hacia países que pueden requerir su mano de obra, considerando de modo unidimensional su faz productiva, pero entre un extremo y otro establece filtros de acceso y fronteras inexpugnables que convierten en frustración –en muchos casos, mortal- el anhelo de inmensas mayorías. Si Tomás de Aquino sostenía que en caso de extrema necesidad no hay robo, ante la extrema necesidad de los pueblos sur-saharanianos –por ejemplo- no se puede considerar delictivo que intenten trabajar –no se habla aquí de robar- dignamente para poder subsistir, cuando para ello no se les deja otra alternativa que la migración.

II. Del neoliberalismo como causa de las migraciones económicas
Retomando las referencias remotas al fenómeno migratorio, los primeros homínidos habrían migrado desde África a Europa dejando sus rastros en Atapuerca. Pero ese desplazamiento masivo de población nómade recién encuentra sosiego con la revolución del neolítico, el surgimiento de la actividad agopecuaria. Sin embargo, en los albores del s.XXI una particular modo de entender el mercado, ya no tanto productivo como especulativo, el neoliberalismo ha generado las condiciones de una involución de la humanidad por la que millones de seres humanos no tienen más alternativa que dejar sus tierras, sus familiares y amigos e intentar arraigarse en un mundo diferente.
Es decir, el aumento de migraciones forzadas por cuestiones económicas directas, para evitar las hambrunas producidas por la desertización creciente, o indirectas, para huir de guerras producidas por motivos económicos, son un síntoma del modo de producción neoliberal globalizado. Y este fenómeno no sólo afecta a quienes llegan a perder la vida –de un golpe de mar o a través de los años- intentado encontrar un espacio donde trabajar dignamente y en paz, sino también a toda la biosfera y “más temprano que tarde” se volverá contra quienes por ahora disfrutan de este estado de desigualdad creciente, genocida y ecocida. Luego este modo de producción resulta ser lo opuesto a la revolución del neolítico que representó un momento crucial en la evolución en el proceso de humanización. Representa un punto de inflexión en el que se inicia una involución deshumanizante y destructora de todo lo vivo.
Considerar que el neoliberalismo representa un particular modo de producción, es ya una licencia del lenguaje casi poética, en realidad se trata de un doble modo de explotación, tanto de los recursos humanos como de los naturales. Que el neoliberalismo explota a los trabajadores, no es algo que merezca mayor demostración, basta con tomar conciencia de la devaluación progresiva no sólo de los derechos a condiciones dignas de trabajo, sino al incremento de productividad tratando de alcanzar el “coste chino de producción” sin respetar ni a la infancia. Amenaza a los trabajadores de países industrializados con deslocalización y aplica una progresiva desregulación que consigue altos índices de desempleos, empleos precarios, subcontrataciones y destrucción de planes de pensión y/o jubilación. La situación de los trabajadores en países no industrializados, todavía es peor. Luego cuando alguno de éstos pretende mejorar sus condiciones de trabajo se ve forzado a emigrar, con lo que se expone a no ser recibido o a ser explotado en los países industrializados aún más que los trabajadores nativos.
Que el neoliberalismo explota los recursos naturales de manera insostenible tampoco requiere que se lo demuestre, ni insistir en que resulta contraria a la racionalidad la unidimensional apuesta por fuentes de energía no renovables, como si no se supiera que todo en la naturaleza tiene su límite. Como bien diagnostica Susan George: la economía neoliberal considera al ecosistema como un subsistema suyo, aquél que le provee de materia prima; cuando en realidad, toda actividad económica –incluso la neoliberal- no es más que un subsistema –en este caso, destructivo- del ecosistema.
Pero si se pretendiera relativizar esta crítica al neoliberalismo planteando que en todos los modos de producción hubo explotación del hombre por el hombre y plusvalías, como bien denunció Marx, habrá que destacar que el grado de destrucción del ecosistema es algo novedoso que ya provocó daños irreversibles en términos de pérdida de biodiversidad. Además, la economía neoliberal no es un modo de producción, sino fundamentalmente un modo de especulación. El escorarse de la economía hacia lo financiero deja en segundo plano a la producción, comercialización y distribución de bienes y servicios. Y este estadio del capitalismo tardío ha llegado a plantear su propia destrucción.
En relación a los cambios de las últimas décadas, Richard Sennet describe cómo las empresas que despiden trabajadores, calificando tal acción como un reajuste estructural, automáticamente ven subir sus acciones en bolsa, aún cuando una reducción del plantilla se traduzca en una disminución de la producción. Luego esta diferencia entre la producción real que disminuye y el lucro especulativo que aumenta confiere volumen a una burbuja financiera que flota ingrávida y cambia de altura por razones de la más diversa índole: desde los resultados electorales a temores de inestabilidad en el mercado. Si la revolución del neolítico permitió al hombre dejar de migrar, roturar la tierra en profundidad y elevar sus abstracciones hacia argumentos científicos, la contrarrevolución neoliberal obligó a millones de hombres a migrar al mismo tiempo que los especuladores construían castillos en el aire que les reportaron pingües beneficios.
Tal estado de cosas se vio agravado por la progresiva acumulaciones de gigantescos capitales llamados “fondos soberanos” por parte de la “global class” capaces de desestabilizar el precio de los hidrocarburos o de otros insumos claves para toda actividad productiva o para la misma supervivencia de toda la humanidad. Como analiza Manuel Martín Hernández (Universidad de Alcalá) no es el neoliberalismo el causante de que se hayan acumulado estos “fondos soberanos” en los países proveedores de materias primas, pero sí lo es de que tales fortunas puedan ingresar libremente en el mercado financiero global provocando desequilibrios a partir de su desproporcionada magnitud. Resulta sintomático el calificativo de tales fondos, porque la soberanía era la principal atribución del Estado moderno y desde J.Bodin o T.Hobbes se entiende como “potestas soluta” un poder absoluto que no reconoce límite alguno.
De la magnitud y la gravedad de la crisis económico-financiera global la migración forzosa de millones de trabajadores era un síntoma inequívoco, que no llegó a ser interpretado por los analistas del mercado.
Sospechamos que ante la magnitud de la crisis y la grave condiciones de millones de inmigrantes, trabajadores temporales o en condiciones precarias de producción y las inmensas muchedumbres de desempleados que en tanto que no producen, no tienen cómo consumir y son tratados como los “superfluos” (S.George) o los “nadie” (E.Galeano), cabe cambiar el paradigma de nuestro modelo civilizatorio. Así como resulta absurdo pretender poner parches a una burbuja que ha explotado, resulta patético pretender resolver la crisis económico-financiera que ha dejado al descubierto las insuficiencias de nuestro modelo civilizatorio, con importantes sumas de dinero que emergen de vaya uno a saber qué fondos y que engrosarán tarde o temprano las deudas externas o internas que los trabajadores deberán pagar. Y más que trágico, resulta delictivo no denunciar que los responsables de promover las hipotecas subprime hayan quedado impunes, nadie fue condenado por estos robos, por el contrario, los mismos bancos y empresas que lucraron con el engaño a los contribuyentes resultan premiados con importantes incentivos para que el sistema continúe en su estado vegetativo, agonizando.
Las alternativas planteadas en la última cumbre de los países industrializados más los emergentes (15/nov/2008) pasaban de aplicar correctivos al “capitalismo justo” planteada por G. Bush a una reformulación del capitalismo propuesta por N. Sarcosi, presidente francés a cargo de la UE. Pero tal escenario parecía condenado por una doble falacia delictiva. Ad crumenam, sostener que sólo los países de mayores PBI tienen capacidad de resolver una crisis que si no generaron todos con igual grado de responsabilidad, al menos todos medraron de ella, luego son responsables por omisión, es no sólo una falacia lógica sino un atentado contra el derecho internacional y la presunta igualdad de las soberanías estatales consagrada en la Carta de Naciones Unidas. La siguiente falacia, ad baculum pretende convencer que quienes mayor poder no sólo económico, sino también militar poseen, pueden presentar estrategias racionales para salir de la aporía a la que nos condujo su propia sinrazón, también incurre en el mismo delito de discriminación de la mayoría de los países de la Tierra. Ante un problema de esta magnitud, es conveniente escuchar a todos no sólo a algunos, a los sabios no sólo a los poderosos, acudir a los que argumentan más que a los que amedrentan.

III. Del cambio de paradigma civilizatorio y el asimétrico ejercicio de ius migrandi
La misma Escuela de Frankfurt se había propuesto “nada más y nada menos que comprender por qué la humanidad, en lugar de entrar en un estado verdaderamente humano, se hunde en un nuevo género de barbarie.” (M.Horkheimer y T.Adorno) Mas es conocida la diferencia entre estos autores que entienden que la Ilustración es un proyecto agotado y la apuesta de Habermas por reinterpretar al proyecto ilustrado y otorgarle una nueva oportunidad. Coincidimos más con los primeros y aceptamos la apuesta del último, siempre y cuando esté dispuesto a dialogar con los otros proyectos civilizatorios que pudieron quedar esbozados en las historia y que no llegaron a desarrollarse plenamente.
La radicalidad de la crisis en la que Occidente sumió a todo el orbe requiere del esfuerzo mancomunado de todos, para que en una confrontación dialógica de lo más humanizador de cada civilización se encuentre los modos de salir del “choque entre barbaries” (C.Taibo) en el que nos sumieron los neocons y su réplica en el fundamentalismo islamista. En la historia de Occidente, había señalado R.Morse hubo dos grandes tradiciones jurídico-políticas: la anglo-americana y la ibero-americana. La primera comienza en el s.XVII inglés y se proyecta a Estados Unidos y también a Francia, aunque allí es atenuada por Rousseau y otros pensadores; la segunda nace y muere en el Siglo de Oro español teniendo como referentes a F.Vitoria y F.Suárez. A la primera, McPherson propuso identificarla como “individualismo posesivo”, a la segunda propusimos denominarla “personalismo comunicativo”.
El tratamiento que recibe el derecho a la migración en uno y otro modelo, es tributario de sendos modos de percibir al otro en un marco de tolerancia. Jesús Lima Torrado (2005: 309-10) ha señalado cómo es posible contraponer a la tolerancia neoliberal, que abreva en el “individualismo posesivo”, una tolerancia comunicativa. La tolerancia neoliberal queda presa en el multiculturalismo, , en una ficticia sociedad homogénea (o en una coercitiva sociedad homogeneizante) centrada en el concepto de ciudadanía, requiriendo del otro que se convierta en otro yo. La tolerancia comunicativa, por el contrario, parte de la pluriculturalidad y de constatar “dos hechos indubitables: a) nunca existieron sociedades totalmente homogéneas, o sociedades “puras” y b) los flujos migratorios están produciendo el encuentro de poblaciones de muy diferentes culturas”; defiende “una ciudadanía cosmopolita que permite incluir a los extranjeros... posibilitando la plena integración de las minorías”.
Coincidiendo plenamente con tal diagnóstico pretendemos en este trabajo buscar las raíces de tal diferencia en la percepción tratando de fundamentar por qué es más humanos respetar al otro en su diferencia, en su alteridad y no pretender convertirlo en un clon nuestro o peor aún, en nuestro siervo.
Como puede inferirse de lo planteado inicialmente, el derecho a migrar, el ius migrandi, como todo derecho, se basa en un hecho previo: las necesidades propias del sujeto titular, por lo que se habla de derecho subjetivo. Luego, si tal derecho (ius) es objetivamente reconocido por otro, tendremos un acto de justicia. Y, cuando un ordenamiento jurídico estatal, regional o internacional reconozca tal hecho como un bien a proteger a través de normas válidas y eficaces estaremos ante un derecho objetivado acorde a los derechos humanos.
La primera circunstancia histórica en la que se planteó la universalidad de este derecho ocurrió hace medio milenio, con la llegada de los primeros españoles a tierras americanas. Es conocida la polémica que se desató a propósito de las denuncias de A.Montesinos y Las Casas respecto a los justos títulos, o los argumentos que legitimaran la presencia española en aquellas tierras. En tal contexto, Francisco de Vitoria desde Salamanca, se opuso a las tesis regalistas de Sepúlveda y presentó al ius communicationis como principal derecho que legitimaba la gesta. Traducido en nuestros términos tal derecho suponía que todo hombre o todo pueblo podía intercambiar con todo otro hombre o pueblo información, bienes y servicios sin causarle daño. Luego de tal derecho pueden inferirse el derecho a migrar, comerciar con los nativos y a residir entre ellos, en paralelo al derecho a predicar la propia religión y a defender a los nuevos conversos.
Mas si este conjunto de derechos, entre los que el ius migrandi se presenta como primera inferencia del ius communicationis, resultaron persuasivos para legitimar la expansión colonial española, pronto Alberico Gentili y Hugo Grocio lo adoptaron para legitimar no sólo la expansión italiana u holandesa respectivamente, sino la de toda Europa respecto a los demás continentes. Pero, ha señalado Luigi Ferrajoli (1999: 154-5) con agudeza y honestidad, que los juristas del s.XVI no fueron capaces de prever que 500 años después los habitantes de las antiguas colonias vinieran a las antiguas metrópolis y demandaran que se les reconozca como titulares del ius communicationis o del ius migrandi.
“En aquel tiempo, cuando los derechos fueron prometidos a todos, no tenían coste alguno para nuestros países, puesto que era impensable que hombres y mujeres del Tercer Mundo llegasen a Europa y exigieran que fueran tomados en serio en nombre del principio de reciprocidad. Pero hoy, después de haber sido precisamente Europa quien invadió durante siglos el resto del mundo con sus conquistas y con sus promesas, no podemos realizar una operación inversa –transformando los derechos del hombre en derechos de los ciudadanos- sin abdicar del universalismo de los principios en que se funda la credibilidad de nuestras democracias.
Tomar en serio aquellos valores, los derechos humanos proclamados en las cartas constitucionales, significa, por consiguiente, tener el valor de desvincularlos de la ciudadanía, es decir, del último privilegio de status que subsiste en el derecho moderno. Y esto significa reconocer su carácter supraestatal, garantizarlos no sólo dentro sino también fuera y contra todos los Estados, y así poner fin a este gran apartheid que excluye de su disfrute a la mayoría del género humano.”
Este diagnóstico programático y lúcido de Ferrajoli, en plena sintonía con la distinción de Lima Torrado, se encuadra en una apuesta aún mayor: la de resolver a través de una Constitución global la situación de estado de naturaleza en el plano internacional generado por el concepto hobbesiano de soberanía estatal ilimitada. Para esto, se basa en que las constituciones de cada uno de los Estados habrían logrado tal superación al interior sus territorios. Y tal constitución de derecho internacional la encuentra en la Carta de Naciones Unidas (1945), la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) y los Pactos Internacionales que la desarrollan (1966...)
Sin embargo, analizando tales instrumentos del derecho internacional de los derechos humanos, podemos encontrar una orientación cada vez más restrictiva para el reconocimiento del ius migrandi: Lo que en 1948 refleja el doble reconocimiento del derecho a migrar y elegir un lugar de residencia (DUDH, 13.1: toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado) en 1966 tal derecho universal queda reducido a una materia estatal, a través de un pacto en el que negando la migración internacional, la tolera sólo al interior de sus fronteras para aquéllos que legalmente se encuentre en ella (PIDCP, 12.1: Toda persona que se halle legalmente en el territorio de un Estado tendrá derecho a circular libremente por él y a escoger libremente en él su residencia). Se consuma de este modo el no tomar en serio al derecho internacional, y genera entre los derechos del hombre y los derechos del ciudadano un limbo de derechos del inmigrante legal, que aspira a gozar de los derechos del ciudadano, ya que los derechos humanos naufragan en la retórica.
Lo que puede explicar esta devaluación del derecho del hombre a algo menor que un derecho del ciudadano, es la importancia que asume un agente internacional que viene adquiriendo mayor peso desde los albores de la modernidad: el mercado. Aún más poderoso que el Estado, reivindica para sí la soberanía o el poder sin límites que Hobbes depositaba en el Leviatán, hasta los actuales “fondos soberanos”. Pero este monstruo se ha metamorfoseado, ya no atiende al bien común con argumentos políticos, atiende al lucro particular de sus accionistas con argumentos económicos. Se ha invertido el orden axio-epistemológico que propusiera Kant en, Hacia la paz perpetuamente (1795) en el que la ética, pautaba a la política, entre ambas generaban el derecho, y entre los tres modos argumentativos acotaban la actividad económica. Hoy es la economía la que exige al derecho desregulación, a la política legitimidad para deslocalizar empresas y reduce a la ética a un discurso privado que vanamente se escandaliza de la corrupción.
El modo más radical y alternativo contra el modelo neoliberal consiste en una estrategia (ética, política, jurídica y económica) que rompan con el modelo de la usura y la propiedad privada como derecho ilimitado, que ponga al mundo de pie dando prioridad a los derechos humanos frente al lucro a cualquier precio. Mientras esto no se haya logrado y sigan produciéndose millones de inmigrantes, cabe defender la universalidad de sus derechos.
Luego, si en 1789 el dilema era: derechos del hombre o derechos del ciudadano, en épocas de globalización el dilema se ha desplazado a la dicotomía entre derechos del hombre o derechos del trabajador y el consumidor. El título de ciudadano, sigue siendo el status de privilegio que garantiza derechos civiles y políticos, pero estos derechos se compran y venden si no se reconocen los derechos económicos, sociales y culturales. Y, como contrapartida, si estos derechos de segunda generación son el resultado de las protestas y luchas de los trabajadores, es a éstos a quienes les corresponde prioritariamente, y para el ejercicio y garantía de los mismos es necesario que accedan a los derechos de primera generación; dicho de otro modo, si todos los derechos humanos son “interdependientes e indivisibles” habrá de reconocerse la titularidad de los mismos no sólo a los ciudadanos, sino también a los trabajadores inmigrantes.
Estos reclamos no son nuevos, ya la OIT –creada con anterioridad a la ONU- presentó un Convenio sobre trabajadores migrantes en 1939, revisado el 1/jul/49, lo complementó en 1975 con el Convenio sobre trabajadores migratorios (Cláus.suplem) hasta que finalmente la Convención Internacional sobre la protección de los derechos de los trabajadores migratorios y de sus familiares fue aprobada en 1990, y entró en vigor el 1º de julio de 2003 aunque con muy bajo el número de las ratificaciones. Ningún país occidental receptor de migrantes la ha ratificado. Es significativo que el Comité de Derechos de los Trabajadores Migrantes OIT: esté sólo compuesto por cuatro países latinoamericanos: México, Ecuador, El Salvador, Guatemala; tres africanos: Egipto, Marruecos, Uganda, y tres asiáticos: Filipinas, Sri Lanka y Azerbaijan.
Si el actual gobierno español ha sido capaz de marcar rumbo al derecho internacional al retirar sus tropas de Irak, podría ser oportuno que reasuma tal liderazgo y convierta a España en el primer país europeo receptor de inmigrantes que suscriba la Convención Internacional sobre la protección de los derechos de los trabajadores migratorios y de sus familiares. De tal modo, en un particular ejercicio de la memoria histórica asumiría los argumentos que por primera vez plantearon el ius communicationis y el ius migrandi como derechos universalizables, de los que se benefició todo un pueblo no sólo en épocas de la remota conquista de Hispanoamérica sino en fechas más recientes cuando cinco millones de personas tuvieron que emigrar por la guerra civil.
Téngase presente que de los países latinoamericanos al 15/dic/03 además de los cuatro miembros del Comité, ya mencionados otros cuatro adhirieron a la Convención: Belice, Bolivia, Colombia y Guatemala, y dos la firmaron: Chile y Paraguay. Se podrá quitar mérito a tales compromisos señalando que son países emisores de migración, pero no es menos cierto que particularmente Chile, Ecuador y México, reciben millares de inmigrantes de sus países vecinos. Ratificar esta Convención –por parte de España- sería un paso más en la alternativa al neoliberalismo que declara guerras económicas y propone una economía belicista en la que las primeras víctimas son los trabajadores inmigrantes, particularmente africanos que arriesgan sus vidas en pateras o cayucos. Con tal ratificación se comenzaría a enmendar la asimétrica forma europea de entender al ius migrandi, y superar la asimetría es un modo de avanzar hacia la igualdad en respeto por la diferencia.

Desde la migración resistente “otro mundo es posible”
Huntignton (2004) después de proponer un choque entre civilizaciones en el que poder justificar la voraz industria armamentista promovida por la extinta guerra fría, se preguntaba si “los blancos, protestantes y de habla inglesa” debían entender a “los hispanos, católicos y de habla castellana sólo como diferentes o como enemigos”, concluía afirmando que sólo como enemigos. Tal lenguaje castrense, schittiano y belicista de un representante de los neocons y asesor del gobierno de G.Bush (Jr) obligó a los inmigrantes a asumir una estrategia de resistencia. Y al parecer ya comenzó a dar resultados. La reciente elección de Barak Obama a la presidencia de los EEUU no sólo representa un cambio de partido en el gobierno, sino un esperanzador horizonte de cambios no sólo en el ámbito interno, sino en el internacional de una potencia que deberá superar el unilateralismo.
La resistencia de la migración en Europa adoptó expresiones muy diferentes. En un extremo Francia, que formalmente habría concedido ciudadanía e igualdad de derecho a los hijos de inmigrantes, a precio de que abandonen toda referencia a sus culturas de origen, debió soportar y apaciguar revueltas en las principales ciudades generadas desde sus suburbios en 2005. En el otro extremo España, que pasó de una política de regularizar a los inmigrantes sin papeles a endurecer la política de ingreso suscribiendo la “directiva de la vergüenza” europea en junio de 2008, fue el escenario de dos ediciones del Foro Social Mundial de Migraciones en Rivas Vacía Madrid en 2006 y 2008.
Resulta particularmente esperanzador que la migración en y desde España opte por la estrategia del diálogo ante quienes no sólo no suscriben la Convención de los derechos de los trabajadores inmigrantes aludida, sino que suscriben la Directiva de Retorno, pese a que no se hubieran aprobado ninguna de las enmiendas socialistas. He aquí un particular ejercicio del ius communications por parte de quienes pretenden ejercer su ius migrandi ante quienes no parecen dispuestos a practicar la tolerancia comunicativa, sino que prefieren –al menos de momento y en los hechos- la neoliberal.
Es esperanzador que en el II FSMM, reunido en Rivas del 22 al 24 de junio de 2006 representantes 1.193 organizaciones de 84 países, se hayan definido como migrantes diciendo: “somos sujetos y agentes de transformación de las sociedades a las que llegamos y de las que salimos, somos sujetos sociales cuyo empoderamiento y articulación como agentes de transformación política, social, cultural y económica, es fundamental.” Que hayan denunciado: “Las políticas económicas, sociales y culturales base de la actual globalización impiden un desarrollo humano y sostenible desde los propios intereses y necesidades de todas las sociedades. La acción de las empresas multinacionales, la deuda externa, la pérdida de soberanía alimentaría, el comercio injusto, la expoliación de los recursos naturales y los conflictos armados son causa de que las personas se vean forzadas a desplazarse y emigrar, tanto hacia el Norte como entre países del Sur.” Y que hayan propuesto una fórmula para la supervivencia de toda la humanidad: “vivamos más sencillamente para que otros sencillamente puedan vivir.”

Fernando Rovetta Klyver
(UCLM, Albacete)
[Texto cedido por su autor a Desliz]

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