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Arte y política / Por Emilio Ichikawa

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Texto inédito enviado por su autor

En un brillante parrafito de su novela El péndulo de Foucault, un personaje de Umberto Eco razona: “Si ponemos un móvil en un medio vacío, con rozamiento nulo, y le imprimimos un impulso, este se moverá al infinito por toda la eternidad”. E inmediatamente agrega lo que esto significa: “Nunca sucederá, pero es verdadero”.

Esto es lo que el historiador cubano Javier Figueroa, radicado en Puerto Rico, trató hace un tiempo de aplicar al campo de los estudios cubanos en términos de “historia contrafactual”. Es decir, poner a funcionar todo aquello que en lo cubano, sin “existir”, es verdadero o tiene fuerza de tal: los vacíos, los errores y aún las mentiras históricas, los mitos, los “no sucedidos”… Esto es algo esencial porque en Cuba, además de padecer una carencia de noticias, hay una ausencia de método. Y todo esto en el fondo obedece a una debilidad ontológica, a una historia más “existente” que real. Lo cubano es poco Ser y mucho “aserito”. La página más significativa de Martí está fechada en su Diario un 6 de mayo. Y está perdida.

Si uno revisa la historia efectiva de la filosofía, la ciencia y al arte, podrá verificar que estas actividades (oficios) han estado vinculadas a los poderes mundanos: políticos, económicos y militares. Es más, los han pretendido sistemáticamente. Sucedió en Atenas, en Roma, en Florencia, en Moscú, en Buenos Aires… Y sin embargo, los cubanos insistimos en que esto no pasa en Miami ni en La Habana; no paramos de asegurar, por ejemplo, que el arte nada tiene que ver con la política.

La pregunta entonces es esta: Bueno, si el arte siempre ha tenido que ver con la política, ¿quién inventó lo contrario? Porque de algún sitio ha tenido que salir.

Y esto es lo curioso. La defensa de la asepsia del artista, específicamente del músico, es una repetición extemporánea de la concepción heroica del genio, que se puede encontrar codificada en las Cartas sobre la educación estética del hombre (1794-95), de Friedrich Schiller. En este documento el genio del arte se describe como un niño, poseedor de una gracia o don no aprendido sino simplemente regalado. Ungido (que es como Gabriela Mistral llamaba a Martí: “El ungido”). Un ser de esta naturaleza tan pura y desinteresada, se comprende, nada tiene que ver con los poderes prosaicos, con la política. Hasta los bandidos de Schiller llegaron a tener algo de esta santidad.

La pregunta es entonces: ¿Aplican creadores como Silvio Rodríguez, Paulo FG, Juan Formell u Omara Portuondo para esta categoría? Claro que no. Obvio que cuando tratamos con estos artistas nos rebajamos a otro tipo de dimensión. Pero tampoco se trata de ellos sino de los tiempos; más de lo ideal que de lo existente. Y, sobre todo, de la forma en que miramos “lo que hay”, “eso que anda”.

Concluyendo: La ley física inicial quedaría traducida más o menos así: “Si ponemos a Juanes en un escenario habanero controlado por la Seguridad del Estado a cantar por la Paz, este podrá actuar toda la tarde a su antojo sin consecuencias políticas. Puede suceder, pero no es verdadero”.

Emilio Ichikawa Morín
Noviembre-2009


Publicado en Desliz / Archivo Virtual


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